En un instante despareció. “Algo” se lo había llevado. Lo había arrastrado hasta un punto en la arena y luego se lo tragó. En el último segundo me pareció ver que abría los ojos, su mirada era la de alguien desesperado. Un solo grito ahogado, y luego… silencio. Todo eso en menos de una centésima de segundo, o al menos, eso me había parecido, ya no importaba.
Yo sólo me había quedado ahí parado, no había nada que yo pudiera hacer. Sabía que yo era el siguiente.
Tenía dos opciones: o huía y moría, o me quedaba a esperar tranquilamente mi muerte engullido por una criatura carnívora devoradora de hombres. Entonces esperé.
No me quedó más remedio que aniquilarla.
Aunque era un espécimen interesante, saqué la última granada de vacío que me quedaba y la introduje en su boca, tarea que se complicó debido a la alta velocidad que tales imponentes y portulentísimos músculos le permitían, en contraste con el lastimado y efímero estado de mi cuerpo.
Debo de admitir que hice un poco de trampa, ya saben, utilicé un poco de esto y un poco de aquello, pero finalmente la criatura se desintegró ante mis ojos, anulando cualquier posibilidad de futuros y provechosos estudios que pudiera haber realizado sobre ese único ser. Aunque eso de único, pronto se desmentiría.
¡Claro! Dos opciones. Vivir hasta el último segundo, ¿lo habían olvidado? Bueno, acepto que yo también me equivoco a veces, no eran dos opciones, sino tres.
Pero mi suerte no había cambiado aún. De alguna forma, la criatura se las había arreglado para desgarrar una de mis piernas, así junto con varios huesos y cartílagos. Mi capacidad de movimiento se había estropeado por completo.
Entonces la tierra comenzó a temblar. Pude presentir lo que se aproximaba, y en verdad, no tenía forma de evitarlo. El suelo comenzó ondular. La arena poco a poco me tragaba. Estuve a punto de verme forzado a utilizar mi último recurso, pero entonces me di cuenta.
El aire comenzó a hacerse denso. Poco a poco el paisaje se tornaba de un color rojizo. Mi sombra había desaparecido por completo. Mi piel, literalmente ardía sobre mi cuerpo. En verdad, ya no había a donde escapar.
Ni siquiera tuve que voltear al cielo. Era demasiado obvio. Mi fin había llegado.
El tercer sol se alzaba a lo alto sobre mi cabeza.
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