miércoles, 6 de agosto de 2008

Mi mundo imperfecto (No se hagan tesoros en la Tierra)

Miércoles, 6 de agosto de 2008

Mi mundo imperfecto… otra vez

¿Qué puedo decir? El título lo dice todo.
Nuevamente me siento vacío, siento que nada me llena, siento que nada vale la pena.

¿Acaso me gusta este estilo de vida?, ¿este estilo de vida en el que me siento tan solo?

No sé, en alguna parte leí que parte de lo que caracteriza a este mundo, el mundo en el que vivimos, es que sea imperfecto, de esta forma, el Cielo sería el único lugar perfecto, y el único lugar al que deberíamos luchar por llegar, y esto… es totalmente comprensible.

Pero, ¿y qué hago por mientras? No mucho en realidad, sólo… buscar a Dios.

Eso es lo que me hace falta… buscar más a Dios.

No se hagan tesoros en la tierra

No se hagan tesoros en la tierra, donde la polilla y el gusano los echan a perder y donde los ladrones rompen el muro y roban.

Acumulen tesoros en el Cielo, donde ni la polilla ni el gusano los echan a perder, ni hay ladrones para romper el muro y robar.

Pues donde están tus riquezas, ahí también estará tu corazón.

MT 6: 19 – 21

Esta quizá sea la cita que haya encontrado que más se refiere a mí. Porque en realidad tiene mucho sentido al leerlo, pero el leerlo y el vivirlo son 2 cosas muy distintas.

Como está mi vida mi corazón está apegado aquí en la tierra, que más allá en el Cielo. Puesto que, cosa natural, me he hecho de muchos tesoros aquí.

Y quizás, ya haya dejado muchas cosas atrás, cosas muy estorbosas que muchos no se atreverían a dejar. En otras palabras, ya llevo un paso más adelante que muchos otros (quizás), pero aún así, el paso que sigue me es tan doloroso y difícil, no como a mí me costó dar el primero, sino como a los que aún no lo han dado les cuesta ahora.

Y al final, de nada me sirve haber dado el primer paso, si no doy el segundo, pues ¿cómo voy a entrar al Reino de los Cielos si mi corazón sigue apegado a las cosas aquí en la tierra?

Estando en esta situación, aunque me presentara ante el juez al final de mis días, ni siquiera yo querré entrar en el Reino Celestial, pues mi corazón estará todavía aquí en la tierra, y en ese caso, no será el juez el que me condene, sino yo mismo quien lo haga.

Me pasa como al joven rico que se presentó ante Jesús llamándolo maestro bueno y preguntándole: ¿qué cosa tenía que hacer para ganar la vida eterna (entrar en el Reino de Dios)? Jesús le respondió que tenía que cumplir con los mandamientos. El joven rico le contestó que él ya los había cumplido desde pequeño, es decir, ya había dado el primer paso, ya tenía él un paso más adelante que muchos otros. Entonces Jesús lo miró y sintió cariño por él, y le dijo: “Sólo una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres, y así tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme.”

¿Falta decir la conclusión de la historia?, ¿cómo el joven se fue triste, porque tenía muchos bienes?

¿De qué, pues, le había servido haber dado el primer paso si no dio el segundo?, ¿de qué, pues, le sirvió haber cumplido todos los mandamientos, si no fue perfecto? Porque también en el evangelio menciona que Jesús le dijo que sólo una cosa la faltaba para ser perfecto, como el Padre Celestial es perfecto.

Y si hablamos de perfección, hay unos que ciertamente entraron en el Reino de los Cielos por ser perfectos, porque abandonaron todo lo que este mundo les ofrecía y abrazaron la Cruz del Señor, y de esta forma se hicieron su tesoro allá en los Cielos, y éstos son los bienaventurados… los Santos de Dios.

La Palabra de Dios afirma que: “Nadie que no sea Santo, heredará el Reino de los Cielos.”

Entonces, no nos queda más, no nos queda otra cosa que apuntar a ser Santos en este mundo, por muy ideótico que se oiga, por muy imposible que parezca. Porque la Palabra de Dios también dice: “que para nosotros es imposible, pero para Dios no, porque para Dios todo es posible.”

¿Y cómo pues seremos Santos? Volviendo a nuestro tema: dejando de acumular tesoros aquí en la tierra y comenzar más bien a acumularlos allá en los cielos.

Yo, podría mencionar muchos ejemplos propios, de tesoros que tengo aquí en la tierra, como ya lo dije al principio, y que ciertamente los tengo. Pero cada quien tiene los suyos propios, y como yo, cada quien tendrá que decidir: ¿hasta cuándo dejaré de acumular estos tesoros aquí en la tierra y hasta cuándo comenzaré a acumularlos allá en el cielo?

Y cada quien decidirá: ¿hasta cuando pondré mi corazón en el Cielo?

Mis tesoros:

  • Comodidad
  • Refrigeración
  • Descanso
  • Ocio
  • Tiempo libre – tiempo para mí
  • Placer
  • Vanidad
  • Deseo de ser reconocido
  • Mujeres
  • Sensualidad
  • Placer
  • Belleza
  • Música
  • Comida
  • Mis novelas – mis escritos
  • Mis videos
  • Mi trabajo

“Yo decidiré hasta cuando dejaré estos tesoros aquí en la Tierra.”

La leyenda de Allorianne y el Guardián Oscuro (continuación)

Parte 2 – Eurin

“¡Aún queda una damisela en este pueblo!”
Gritó entonces Eufrates, mientras trataba de contener al enemigo.
“¿En dónde?”
“¡Del otro lado del río, en la cabaña solitaria que está muy cerca de la cascada!”

Entonces, de un solo tajo la voz de Eufrates se calló y Eurin en un instante salió corriendo a toda prisa tratando de esquivar las flechas asesinas que pasaban cerca, muy cerca de donde él estaba. De pronto tuvo la tentación de voltear hacia atrás, a donde estaban sus compañeros aún luchando, pues no era bien visto que un caballero abandonara el campo de batalla en plena lucha, de hecho, se consideraba la peor deshonra que un noble guerrero pudiera soportar.

“Pero no estoy abandonando la batalla”, pensó Eurin, “estoy llevando acabo una importante misión… una misión de vida o muerte para nuestro pueblo.”

Siguió corriendo, corrió y corrió tan rápido como pudo, tan rápido como su pesada armadura le permitía, pero el camino parecía interminable, y el enemigo a cada segundo que pasaba estaba más y más cerca de la victoria.

“No podré llegar así”, pensó rápidamente, “necesito deshacerme de esta pesada armadura.” Titubeó por un instante, pero finalmente se hizo a la decisión.

Justo cuando terminó de sacarse la coraza una flecha negra apareció de la nada. Le pareció a Eurin haber escuchado como ésta cortaba el viento mientras pasaba justo a un lado de su oído.

No esperó más, no había tiempo que perder. Ahora sin la armadura sus movimientos se habían vuelto más libres y más rápidos y le parecía que volaba por la velocidad a la que se movía. Aún así, las flechas no dejaban de aparecer.

Apenas las esquivaba. Una sóla flecha sería mortal para él ahora que no tenía protección. Se dio cuenta que su atacante se movía entre los árboles, pero aún así, no estaba seguro que se tratase de uno solo.

“Son demasiadas flechas”, pensó mientras esquivaba nuevamente una ronda de esas letales armas. Cada vez se hacían más certeras, pero ya casi llegaba, si tan solo pudiera llegar al río…

De pronto el camino se abrió, los árboles habían quedado atrás. Se encontraba perfectamente al descubierto y sin nada que le pudiera cubrirle… pero eso no lo detuvo. Eurin, aunque joven, era uno de los legionarios de las tierras altas, un digno representante del pueblo de la Mesota, y ahora era tiempo de probarlo.

Ya no titubeó, no más. Si habría de morir, moriría; si sus días habían terminado, que así fuera; pero al menos, nadie diría que no murió cumpliendo con su deber.

Las flechas negras salieron de los árboles mientras Eurin seguía corriendo, tan rápido como podía, tan rápido como su noble alma se lo permitía. Y ese día, muchas flechas que habían salido de entre los árboles, habían apuntado perfectamente en el blanco, y Eurin cayó.

Ese sería el último día de Eurin, ese sería el último día de un noble guerrero, ese sería el último día de un legionario de las tierras altas de la Mesota. Jamás llegó a la choza solitaria que está muy cerca de la cascada, del otro lado del río, jamás llegó a avisar a la damisela acerca de la batalla de su pueblo… no tuvo necesidad de hacerlo.

Ese sería el último día de Eurin, sino fuera porque Eunnice, la bella damisela de las tierras altas del pueblo de la Mesota había venido ella misma en persona.



Parte 3 – El arma secreta

“Señor, parece ser que nuestro ejército está siendo rechazado.”
“¿Rechazado dice usted teniente?”, responde el capitán. “¡No sea tonto!, es imposible que esos salvajes puedan hacer frente a un ejército como el nuestro.”
“Pero Señor, corre el rumor de que una mujer está luchando de su lado.”

De pronto, la expresión del capitán pasa de un estado de soberbia y déspota seguridad a un evidente estado de sorpresa: “¿Una mujer dice usted teniente?”, solo atina a decir el capitán. “Así que era verdad, inteligencia tenía razón, aún queda una de ellas con ellos”, dice para sí mismo el capitán.

“En ese caso teniente”, responde el capitán, nuevamente con una envidiable expresión de seguridad en su rostro, “es evidente lo que tenemos que hacer”, hace una pausa antes de continuar. “Si ellos han de utilizar su arma secreta, entonces nosotros también.”

“Pero capitán, no se estará refiriendo a…”
“¿Aún sigue aquí teniente?”, interrumpe el capitán con un pronunciado tono de autoridad en su voz: “Le he dado una orden directa.”
“¡Sí mi capitán, a la orden!”, responde el teniente inmediatamente.

Y el teniente se retira mientras el capitán mira por la ventana de su improvisada, pero perfectamente ordenada oficina, en el campamento base del ejército real:

“Veamos quien tiene el mejor as bajo la manga.”