lunes, 25 de mayo de 2009

¡Creo que estoy enamorado!

Francisco Bernadone había estado fuera de circulación por algunos meses. Había pasado su tiempo como prisionero de guerra en un calabozo Perusiano y después, puesto en libertad por enfermedad. Ahora estaba de regreso, desfilando por las calles de Asís, una vez más, a la cabeza de un paquete de jóvenes revoltosos, en una embriagante y ruidosa fiesta.

“Francisco ha regresado”, dijo Leonardo para sí, “de nuevo el vino y las bromas fluyen gratis otra vez. El buen viejo Francisco, el alma de la fiesta. ¡Y el paga todos los gastos!”

Leonardo había estado disfrutando de las picantes canciones que la multitud estaba cantando, y le tomó un tiempo darse cuenta que Francisco no estaba. “¿Dónde está Bernadone?,” se preguntó. Volvió en sus pasos para encontrar al anfitrión perdido. Encontró a Francisco andando sin rumbo por un callejón.

“Bernadone,” gritó, “¿qué ocurre? ¿Estás enfermo?”

“No, Leonardo,” respondió Francisco. “No estoy enfermo. Estoy orando.”

“Debes de estar bromeando. ¿Orando? Eso es para las viejas. Ven. Regresemos a la fiesta.”

“Ve tú,” replicó Francisco. “Yo ya no tengo más interés en fiestas. Tengo un nuevo amor en mi vida.”

“¿Qué?,” dijo Leonardo. “¿Tienes a una amor que no conocemos? Vamos a verla, Bernadone. “¿Planeas abandonar a tus amigos por ella?”

Para entonces varios de curiosos habían seguido sus pasos y encontrado a los dos hombres hablando.

“Bernadone tiene un amor,” dijo Leonardo en tono de burla. “Y va a casarse y a dejar a sus amigos por ella. Y en la misma noche en que lo habíamos nombrado “el rey de la juventud." Miren, ha tirado su cetro al piso."

Leonardo tomó el palo decorado que era el cetro de Francisco. “Su majestad ha dejado caer su cetro,” dijo mientras se lo devolvía a Francisco.

Francisco sostuvo el palo en su mano, miró las caras de la multitud, y exclamó:

“Es verdad. Voy a casarme. Y la mujer a la que entregaré toda mi vida es tan rica, tan hermosa y tan noble ¡como ninguno de ustedes ha visto jamás!” Dicho aquello cayó de rodillas y comenzó a orar.

Los revoltosos continuaron molestando a Francisco por algún tiempo. Entonces, primero unos y luego otros, se fueron cansando de aquella escena y se retiraron.

¿De quié estaba Francisco de Asís tan profundamente enamorado? ¿Quién se había metido en la cabeza de este conquistador de Asís? Nadie más que nuestro Señor Jesucristo. Jesús había venido a su corazón y le había prometido una nueva vida llena de frutos de servicio si él abrazaba su cruz. La dama con la que Francisco se casaría era la Dama Pobreza, y la vida que seguiría sería la de una obediencia radical a Cristo.



... creo que yo también estoy enamorado.

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