viernes, 4 de enero de 2008

La princesa Mirielle

La fiesta había comenzado y ella había llegado primero. Sin embargo, como era la tradición, no podía entrar a menos que tuviera una pareja, pues no era digno de una princesa entrar sin escolta, mucho menos cuando se trataba de un evento de este tipo, mucho menos cuando ya estaba comprometida.

No dijo ni una sóla palabra, simplemente esperaría en la carroza, y en su rostro no podía leerse ningún gesto de inquietud o desasosiego, puesto que esto tampoco era digno de una princesa. Y aunque varios de sus allegados la conocían desde hacía tiempo, aún se sorprendían de lo celoso con que guardaba su temple la princesa.

De pronto, uno de sus sirviente hizo el anuncio: "El príncipe Allorianne ha llegado", y la puerta de la carroza se abrió, y un joven yacía con la cabeza inclinada y el brazo delicadamente extendido: "Disculpe por favor, princesa mi retraso", atinó rápidamente a decir, mientras el mayordomo ayudaba a la joven damisela a bajar.

De aquellos que habían estado ahí, sólo el mayordomo, quien había estado al cargo del cuidado de la princesa desde su niñez, había podido advertir un pequeño destello de asombro en los ojos de la princesa, como un pequeño brillo que tan pronto como había brotado, así se había consumido.

Y sólo el mayordomo podía augurar algo de lo que había en el corazón de la princesa Mirielle, heredera al trono del reino de Farellos, el más esplendoroso de todos los reinos de la Tierra.

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